1.- Con las palmas peludas de las manos
Cuando se dice que las superheroínas que aparecen en los cómics norteamericanos están formadas a partir del libido promedio del adolescente espinilludo no es una afirmación gratuita. Hembras que alcanzan los dos metros de altura, generosas en pechos y glúteos, labios sensuales y ojos de fuego sólo se pueden encontrar en las camas húmedas de quienes están constantemente presionados por tener su primera eyaculación. Un estudio entre los adolescentes del gran país del norte revela que el arquetipo femenino al que aspiran debe ser una mujer tímida, silenciosa y servicial, pero en la cama debe cambiar radicalmente de conducta, dispuesta a probar lo más inverosímil; por sobre todo, debe ser fiel y cariñosa, aunque con crudos ataques de sensualidad, y debe preocuparse de su figura pero soportar con alegría que su pareja beba y engorde como un cerdo. Mostrar sumisión y entereza son cualidades esperables, así como manifestar interés por los partidos de fútbol y defender con sus dos puños a su hombre. El mismo estudio revela que la gente cree que Andy Warhol inventó la sopa de tomates. En todo caso, el privilegio no es sólo de ellos, puesto que los treintones que todavía insistimos en leer cómic de superhéroes obligadamente posamos nuestras miradas en esas entrepiernas veladamente carnosas y no nos resistimos al querido onanismo que practicamos con tanto entusiasmo en nuestra juventud. En las reuniones con nuestros amigos de afición comentamos lo buena que está esa perra del cómic X, aunque sabemos con largueza que una mujer así no existe en otra parte que no sea sobre una pasarela. Y si bien volteamos rápidamente la página cuando vemos aparecer nuestras esposas/novias con un tecito para nuestra agotadora lectura, nos quedamos un rato con la imagen en la retina y pensando en qué bueno sería ser un súper tipo superdotado. Este artículo pretenderá ofrecer una visión amplia del sub-mundo de los onanistas que leen historietas, revelando cuáles son sus arquetipos y en donde radica el origen de este mal que aqueja a los WASPs.
2.- Las medidas exactas
Si me preguntan cuáles son las medidas ideales para una mega-warrior, les voy a decir que depende del tipo de cómic. Si tengo un cómic de superhéroes dibujado por Sam Kieth, las minas tienen que venir invariablemente con una guatita de muñeca y grandes muslos, si las encuentras en la línea Vertigo (DC Comics) son góticas con poca tendencia a sonreír o sencillamente están locas, si te las ofrece Frank Miller vas a terminar con perras con pasados violentos que tal vez terminen cortándote el cuello. Si un tipo llamado Rob Liefeld las dibuja, huye como del diablo, a no ser que te guste el pollo transgénico con mucha pechuga… No obstante, y siguiendo la lógica de nuestro artículo, las minas visten siempre dejando una rendija para la imaginación, o sea, con uniformes hechos por un sastre libidinoso que levanta y remarca allí donde debe.
Tomemos por ejemplo a Lady Death, de Chaos Comics, una nena supernatural que empezó su estadía en la tierra en el medioevo y se llamaba Hope, originalmente. Su padre tenía buenas relaciones con el Averno, lo que le acarreó, al final de muchos embrollos, llegar ante la corte de nada menos que Marcelo López, o sea, Lucifer, a quien le hace un par de malas pasadas (le esconde el vino) y éste la condena a no volver a la Tierra hasta que ya no moren más seres vivos. Como es mujer, o sea manipuladora, embaucó a un idiota (aka. Evil Ernie) para que apareciera en la Tierra y los matara a todos. Sin embargo, no resultó (bien dicen que para un personaje mediocre una labor mediocre). Pero pudo deshacerse finalmente de la maldición lanzando a López por el Portal del Cielo, a donde le estaba prohibido entrar (como a casi todas las viñas de Chile), y erigiéndose en la nueva regenta del prost… digo, Averno. Ahora bien, existen dos grandes razones para que el personaje continúe siendo tan popular. Una es el alto grado de dramatismo en la historia y la otra es su guionista, ya que se rumora que Alan Moore la escribiría… ¡Mentira, ilusos! Los únicos boludos que leen a Lady Death son los pajeros necrófilos que creen que la mina se les va a aparecer cuando se vayan al cielo –o al infierno.
Lara Croft es otro “bocato di cardinale” –está buena, para los ignorantes–, la trigueña espectacular del pistolón, con pinta de lesbiana con actitud, duquesa de St. Bridget y arqueóloga aventurera con “vagas” reminiscencias de Indiana Jones, desde chica se acostumbró a saltar en el pelado, o sea en los hombros de su fiel mayordomo de poca pelambre que la cuida desde que su padre, Lord Henshingly Croft, abandonara trágicamente este mundo, como aparece en la primera película. Destinada a una vida de lujos, como corresponde a la aristocracia inglesa, entre perritos mamones y cursis prácticas de tenis, llega al famoso internado de Gordonstoun, en Escocia (en donde yo no estudié), y terminó enamorándose de sus montañas. En un viaje de regreso de una excursión en los Himalayas, su avión se estrella quedando como única sobreviviente en medio de la nada, dejándole un gustito por la aventura. Sus padres habían cifrado sus esperanzas en que su prometido, el Conde de Farringdon, o sea Marcel Lopezborough, le trajera algo de cordura, pero éste amaba más a la cerveza que a una mina con las medidas perfectas y Croft lo deja esperando. Entre otras cositas, le gustan los deportes extremos como el montañismo y el emboque y tiene el don de haber consumido mucho pollo con hormonas en su juventud y ahora no puede verse los pies. Con una mujer así, es aceptable encerrarse en el baño a zamarrear al mono.
Siguiendo con nuestro recorrido, encontramos a nada menos que la estupenda Emma Frost, la Reina Blanca de los mutantes marvelianos, que hace las delicias de tanto pajero profesional. Perra elegante donde las haya, es astuta y fría y calienta a hombres y mujeres por partes iguales. ¡Dios mío! Qué cuadro plástico armarían con Tormenta. Como es tan social ha sido líder de varios supergrupos, entre los que se cuentan los Hellions, Generación-X y los Nuevos Mutantes, en donde la media de edad no ha ido más allá de los 23 años de la misma forma que Da Vinci tenía su adorable taller llenos de muchachitos. De su culito han festinado Sebastián Shaw, Sean Cassidy, Kitty Pride y casi todo el hemisferio occidental, y tiene a su haber deliciosas anécdotas para contar como aquella vez cuando Trevor Fitzroy, el terrorista viajero del tiempo, la puso en un coma profundo. Afortunadamente su conciencia siguió muy activa, aunque su cuerpo reposaba en un laboratorio del Instituto Xavier, pero en un accidente su psique poseyó el cuerpo del asombroso Iceman, nombre código de Marcello Lopezio, y el Profesor Xavier tuvo que ayudarla a salir. Bueno, esa es la versión oficial, ustedes saben que el Profesor es muy recatado con los detalles y no cuenta que alcanzó a Iceman en el baño, mientras se hacía un candado chino. Iceman no recuerda nada, por supuesto, pero ya no puede sentarse derecho. Esta Emma Frost no conoce muchos límites, en verdad.
Y ¿cómo vamos a dejar fuera de esta revisión a quien ha sido la reina de los sueños húmedos y de látex para varias generaciones de onanistas comiqueros?, porque Wonder Woman –“la Mansa Woman” para los chilenitos– es, por donde se la mire, una superheroína. Hija de la muy reina Hipólita, se dice que desde pequeñita fue inyectada con hormonas masculinas para que le saliera pelo en pecho, pero no pasó a mayores, aunque hoy todos sus amantes han terminado con la espalda rota. Viviendo en la isla de Temiscira, que es en donde viven todas las lesbia… digo, las amazonas, creció en medio de solo mujeres sin conocer esa maravilla de la naturaleza que es un hombre, adquiriendo un claro mal humor y neuras, característica de su espíritu guerrero y señal inequívoca de la enfermedad SIFAPI. Afortunadamente, un día Diana (WW) encuentra en las playas de la isla el naufragio de un avión con su piloto inconsciente, un hombre que respondía al nombre de Marcellus Lópes y del cual se enamoró profundamente hasta que Lópes descubrió la hidromiel, volviéndose un borracho insufrible. No obstante, la pobre Diana se quedó con una calentura de padre y señor mío y solo quería conocer el mundo exterior. Su madre, viendo que ya no podía engañarla contándole sobre las florecitas y las abejas, organizó un torneo cuya ganadora iría al continente, con el ánimo de que perdiera y se le acabasen las ganas de emigrar. Obviamente, nuestra Mansa Woman ganó los laureles y se tiró a la vida loca. Al partir, Hipólita le dio un par de brazaletes que, aparte de recordarle su responsabilidad como amazona (¿ser marimacho?), le daban una fuerza inigualable, junto con un avión invisible –como mis ahorros– y un lazo mágico que le hace cosquillitas en las noches solitarias. Hoy, esta dama sadomasoca forma parte de la Liga de la Justicia, en donde le tira indirectas al único superhéroe que le puede hacer el peso: Superman.
A estas alturas, con los motores encendidos, más de alguno estará gritando ¿qué hay de Jean Grey, Muerte, Sailor Moon, Batichica, Barbwire, Vampirella, Super-Cerdita? ¡Pues nada, a callar, babosos! Ninguna de ellas se puede comparar con la única y rutilante estrella que encarna a los estereotipos sexuados… ¿Super-Cerdita? Degenerado.
Barbarella, tantas veces musitada bajo las batientes sábanas, en baños de colegio y en las fiestas del Club de Toby, videando sus esculturales formas encarnada en la figura de Jane Fonda (mmmh, Jane Fooonda), y ahora Drew Barrymoore (mmmh, Drew Barrymooore), y leyendo sus aventuras en las psicodélicas tiras cómicas de Jean-Claude Forest. Onanismo macaqueante en su expresión más pura, combinada con grandes dosis de colores encendidos y tramas escritas por un mono con borrachera. Desde la escena en donde hace un striptease en gravedad cero hasta el orgasmo que le da un robot, Barbarella va por el universo intentando satisfacer su sed de aventura. Todo comienza cuando el presidente de la Tierra, el sabio, viejo y a veces borrachito, Marcelord Lópex, en el año 40.000, la convoca por ser la única persona que puede detener la destrucción del universo. Su misión es encontrar a un científico renegado que le gustaba tanto la música pop que se pasó a llamar como su banda favorita; cosas de locos, dicen. El hecho era que Duran Duran, nuestro genio, quería destruir la unión de amor que mantenía la paz en el universo con la ayuda del infernal Rayo Positrónico. Barbarella parte en su nave Alfa 7 para llegar al Planeta 16, en donde se encontrará con pintorescos personajes que se unen a su causa, en un sentido bastante carnal: mientras ella aboga por la paz y el amor, la mayoría entiende solo la última parte y nuestra heroína termina invariablemente bailando el tango horizontal. De mi especial recuerdo es la escena de la película de Roger Vadim, cuando la pobre Barbarella es sentenciada a morir de placer en el Orgasmatron del malvado Duran Duran, pero ella es más bien insaciable y el demoníaco ingenio termina saltando en pedazos, no sin antes mostrarnos el rostro transfigurado de la mujer. Una estación obligatoria para todos los viciosos que quieren el champañazo de rigor.
Ahora bien, ya que hemos conocido a estas cinco señoritas, haremos un ejercicio imaginativo. Imaginemos que estamos en una suntuosa habitación de una mansión en las afueras de Paris y yo me paseo en bata por ella, degustando los más ricos manjares dispuestos en una mesa Luis XVI, aunque no tenga la más puta idea de cómo lucen. Tengan en cuenta que es absolutamente necesario que yo sea el sujeto de dicha imaginación, puesto que estoy escribiendo este folleto… Mi eunuco particular, López, me dice que las señoritas ya han llegado y me esperan en la recámara, a lo cual le respondo que les sirva una copa del mejor chianti que ya voy a atenderlas. Grácilmente, recorro la mansión despojándome de mis vestiduras de seda hasta quedar solamente en un colaless atigrado que J-Lo me obsequió en una noche ardorosa. Al pasar frente a un espejo de cuerpo entero me asombro de verme tan apolíneo y rozagante, me cierro un ojo y caigo rendido de admiración. Al llegar veo un ramillete de bellezas, todas en sus esculturales uniformes tan bien distribuidos y me saludan al unísono. Sin más, comenzamos una salvaje sesión de la diversión más disoluta, saltando regocijados sobre las camas, jugando al cacho y a la gallinita ciega, luego pasamos el ta-te-tí, el corre-el-anillo y póngale la cola al burro. Mi plan va perfecto. Luego que todas están cómodas, el eunuco López entra con el set del doctor y les propongo que todas se sienten en filita en la consulta del Dr. Amor, especialista en ginecología. Bueno, ahora dejen de imaginar que yo sigo solito, ¿OK? Gracias.
3.- ¿Y quién tiene la culpa?
Bueno, si ustedes pensaban que iba a decir los pendejos de mano peluda, pues se equivocan. Los primeros son los guionistas. Sí, señor. Casi siempre gorditos, de anteojos que se resbalan nariz abajo por la grasa, pelados y con un bigotito, viven casados con mujeres autoritarias que los mandan a comprar el almuerzo del domingo. Son ellos que, al llegar al supermercado, se fijan en las promotoras de helados y con sus visiones de rayos X descubren que tienen menudencias que sus mujeres les han negado por años. Verdes de envidia –y otras cosas– regresan para escribir, número tras número, sobre promotoras con ojos morados y ropas raídas, que son aporreadas por villanos musculosos y vagamente parecidos a ellos, en una relación de tortuosa lucha y amorío. Luego los guiones viajan al editor, que no tiene una puta idea de a pito de qué hay tanta mina junta, y bajando los hombros resignado se lo entrega al dibujante. El dibujante, viciosillo. Pregúntenle a cualquiera de ellos cómo aprendieron a dibujar, por qué todavía guardan cuadernos y cuadernos de “desnudos artísticos”. Bueno, el hecho es que estos tipos leen el guión y solo se fijan en las mujeres, de modo que van al quiosco de la esquina y compran la revista “Ratos de Cama”, una excelente guía del onanismo profesional, y la abren –nunca mejor dicho– en las páginas centrales para copiar las poses y el color de la carne… A la otra semana, los guionistas compran el cómic en el mismo quiosco –pobres ellos que nadie se acuerda de darles un ejemplar gratis– y se dan cuenta, pasmados, que las promotoras de helados aporrean a sus pobres supervillanos con vago parecido y visten con mallas que dejan ver sus esplendorosas partes. Hirviendo de rabia, envían cartas al editor y al dibujante, pero el primero les devuelve el cheque del mes y el segundo les cuenta afablemente que están saliendo con una morena que conoció en el supermercado. Al final, el cheque lo cobran sus señoras y los guionistas peladitos se encierran a cranear cómo maltratar más a las promotoras de helados.
¿Y Marcelo López? Bueno, todos tenemos un Marcelo López dentro. Todos.
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