estrenoÑoño: un cuento de ciencia ficción
Todo está brumoso, opaco, velado por millones de microscópicas gotas que flotan ingrávidas en el aire. Julio se despide de su pareja con una mirada disimulada. Ella sonríe y se adelanta unos metros. Él camina con paso cansino mientras la gente a su alrededor corre, trota, avanza a grandes zancadas, apurados, como si el tiempo les mordiera los talones. La tierra se levanta bajo sus pies presurosos y hace que la niebla adquiera una textura barrosa.
Mientras más se acerca a la reja electrificada, más lentos y pequeños son los pasos de Julio. Cada área de la ciudad está cercada, vigilada por perros y agentes en busca de Marwos. Para traspasar los límites, Julio debe presentar sus permisos sanitarios al día y confirmar su identidad con el escáner ocular. Este trámite, en general rápido y menos desagradable que la seguridad en su trabajo, para Julio es un ritual demasiadas veces repetido, pues debe cruzar tres sectores de la ciudad antes de llegar al local. Eso significa dos aduanas y dos filas para “revisión y confirmación” y, sin importar el tiempo perdido, debe llegar antes de las nueve de la mañana. Cuando empezó a trabajar, se atrasó un par de veces, pero las cicatrices en su espalda lo convencieron que era mejor dormir menos que llegar tarde. Por eso ahora aparece puntual a las ocho treinta y para hacerlo, se levanta apenas apoya la espalda en la cama.
A Julio le toca la caseta trece. Saca sus papeles del bolsillo y se dirige a la ventanilla. El hombre lo observa de pies a cabeza mientras revisa sus documentos. Él apoya su ojo en el escáner ocular y una sonrisa aparece en el rostro del funcionario, que se acerca a su compañero y le susurra algo. Ambos ríen mientras lo miran. Entonces se encienden las luces rojas de las sirenas y suena la alarma anti Marwos. Todas las rejas y accesos se cierran automáticamente, los perros ladran y aúllan. Julio voltea hacia todos lados. Los agentes corren con sus botas lustradas hacia una caseta que él no logra ver. El caos se adueña de la aduana del sector cinco. Agentes armados pasan junto a él. Los gritos de horror se suman al aullido de las sirenas. Por los altavoces se informa que han descubierto un Marwo, todos deben permanecer donde están y colaborar con los agentes.
Julio mete las manos en sus bolsillos y se entierra las uñas a través de la tela. El dolor lo ayuda a mantener el control. De pronto tres disparos, más perros ladran, un grito de mujer. Luego silencio. La alarma deja de sonar, pero las balizas permanecen encendidas. Un agente junto a él llama por su transmisor. No logra oír qué pregunta, pero escucha que le responden “no estaba sola. Su pareja tiene que estar por aquí. ¡Hay que encontrarlo!”. El rostro de Julio se contrae. Durante unos segundos interminables, la mirada del agente su cruza con la de él. Las puertas automáticas se abren y la luz se normaliza. El oficial se va de ahí.
En la ventanilla, el funcionario le entrega su permiso de sanidad. Afuera de la aduana, Julio da un largo suspiro. El sector cinco está pavimentado, así que no se levanta polvo al caminar. Es el sector más moderno e iluminado de la ciudad, la zona donde viven los ricos. Ahí se levantan enormes rascacielos que desaparecen entre las nubes y están rodeados por pantallas virtuales que promocionan productos que Julio nunca podría comprar.
En los diez minutos de trayecto, Julio no ve ningún árbol o planta, sin embargo, el ambiente es mucho menos desértico que afuera. Antes de doblar la esquina, se acuclilla, apoya la espalda en la pared y llora con un sonido amargo, entrecortado por ahogados suspiros. Luego se levanta y sigue su camino. Llega justo a las ocho treinta. Saluda al guardia y entra al camarín. En la puerta hay un cartel que dice: “Las normas de higiene previenen la aparición de Marwos. Gracias por su comprensión”. Julio sonríe.
Después de la ducha desinfectante y la revisión de cavidades que el doctor realiza meticulosamente cada mañana, Julio se pone su uniforme y va hacia su caja. Saluda a su jefe con un movimiento de cejas. Apenas abre, una joven obesa se acerca a su ventanilla antibalas:
– Una hamburguesa con queso, papas fritas y bebida mediana. ¡Gracias!