Conan, el inmortal

Por Alberto Rojas M.

Conan, el bárbaro. Conan, el cimmerio. Conan, rey de Aquilonia. No importa cómo lo presenten o lo queramos llamar, porque cuando se habla de él, es casi la misma imagen la que surge en nuestra memoria: la de un guerrero de físico imponente, largo cabello negro, reflejos felinos y mirada impenetrable. Siempre armado con una espada o un hacha, dispuesto a enfrentar todo tipo de monstruos, hechiceros y peligros ancestrales que se crucen en su camino.

Esa imagen, hay que decirlo, también le debe mucho a la icónica película “Conan, el bárbaro”, de 1982, protagonizada por Arnold Schwarzenegger y dirigida por John Milnus, quien además coescribió el guión junto con Oliver Stone.

Sin embargo, lo cierto es que, para encontrar las raíces de Conan, es necesario remontarse a las primeras décadas del siglo XX, cuando el escritor estadounidense Robert Ervin Howard publicaba sus relatos en revistas pulp como “Weird Tales” y “Strange Tales of Mystery and Terror”.

Su primer relato fue “El fénix en la espada”, publicado en 1932, seguido de “La ciudadela escarlata” y “La torre del elefante”, ambos al año siguiente. Y que no solo introducen a un personaje que ha recorrido una vida entera llena de adversidades, aventuras, romances, triunfos, derrotas, viajes y dolores. Estos relatos también nos presentan un mundo de gran riqueza y diversidad, con su propia historia, geografía, política y religiones.

Algo que hoy cualquier novela o saga de este tipo debe tener, pero que en los primeros años de la década de 1930 era una apuesta tan llamativa como ambiciosa. Estamos hablando de la Edad de Hiboria, un tiempo pretérito que existió, según lo consigna el propio Howard, entre “los años en los que los océanos se tragaron la Atlántida y las relucientes ciudades, y el ascenso de los hijos de Aryas”. Y que la historia universal, claramente, nunca ha registrado de manera oficial.

En ese contexto, la obra de Howard se puede ubicar dentro del ámbito de la fantasía heroica, en el cual el británico J.R.R. Tolkien suele ser considerado su máximo exponente. Pero Conan y gran parte de la obra de Howard, más que calzar con una etiqueta literaria, fueron parte del proceso de creación y construcción del subgénero de “espada y brujería” (“sword and sorcery”), que desde las primeras décadas del siglo pasado hace volar la imaginación de los lectores y sigue sumando miles de adeptos hasta hoy.

Entonces, ¿por qué Howard y sus obras no parecen tener un lugar tan emblemático como el de Tolkien en la memoria colectiva, a pesar de haberlo precedido en términos cronológicos? Las explicaciones pueden ser varias. Por ejemplo, el hecho de que Tolkien era un destacado académico británico de la Universidad de Oxford, mientras que Howard era un escritor de Texas que se había formado de manera casi autodidacta, al alero de su inagotable interés por la lectura.  

Además, la prolífica obra de Tolkien -muchas veces representada en su colosal trilogía de “El señor de los anillos”-, inevitablemente ha eclipsado la obra de otros autores anglosajones del siglo XX, a ambos lados del Atlántico.

Pero también hay un aspecto no menor: el temprano y trágico fallecimiento de Robert E. Howard en 1936, con apenas 30 años. Y que nos lleva a preguntarnos, inevitablemente, cuántos nuevos relatos y personajes habrían salido de su pluma si su vida se hubiese extendido por cuatro o cinco décadas más.

Porque Conan fue su creación más conocida, pero no la única, ya que parte del legado literario de Howard incluye a personajes como Kull, de Atlantis -un digno predecesor del guerrero cimmerio-; el sagaz detective Steve Harrison; y el temido puritano inglés Solomon Kane, que recorre el mundo buscando erradicar el mal en todas sus formas, entre otros.

Pero si nos centramos solo en Conan, descubriremos que entre 1932 y 1935, Howard publicó quince relatos y una novela (“La hora del dragón”) protagonizados por el cimmerio. Además del poema “Cimmeria” y el ensayo “La Edad de Hiboria”, que es una suerte de crónica histórica y política del mundo creado por Howard. A esto se suman cinco relatos publicados de manera póstuma y cinco más que quedaron inconclusos.

De esta forma, Conan y gran parte del resto de la obra de Howard se fueron perdiendo en la noche de los tiempos. Y solo comenzaron a ser redescubiertos en la segunda mitad de la década de 1960, cuando la editorial estadounidense Lancer Books empezó a publicar recopilaciones del trabajo de Howard.

Su éxito, entonces, abrió la puerta a una nueva etapa en la historia de Conan, en la que autores como Paul Anderson y Robert Jordan, entre muchos otros, durante los años ’70 y ’80 comenzaron a escribir novelas inspiradas en el trabajo de Howard, con deslumbrantes portadas a cargo de artistas de la talla de Frank Frazetta y Boris Vallejo.

Asimismo, el mundo del cómic también sucumbió ante el personaje de Conan, quien bajo el alero de Marvel Comics comenzó una nueva vida de aventuras y batallas, de la mano del escritor y editor Roy Thomas. De hecho, el éxito del título “Conan, el bárbaro” fue tan grande, que llevó a crear un cómic adicional, “La espada salvaje de Conan”, una revista de formato más grande, en blanco y negro, y con tramas de corte más adulto.

Pero ¿qué hace que un personaje como Conan haya logrado sobrevivir al paso del tiempo? Tal vez el hecho de que, a pesar de protagonizar historias extraordinarias, el lector común igual logra conectar con las vivencias del cimmerio.

Es que Conan, más allá de su capacidad para dispensar violencia en casi todas sus formas, es un hombre que -al final- no es tan invencible ni infalible. Sus heridas sangran, teme por la suerte de sus amigos y en más de algún episodio, cae en los engaños de enemigos como Thulsa Doom o Thoth-Amón. Pero lejos de rendirse, se pone de pie y enfrenta la adversidad usando su astucia y estoicismo.

Tal vez un reflejo del mundo que le tocó vivir a Howard: un Estados Unidos herido y azotado por la Gran Depresión, luego del desplome de Wall Street en 1929, y que poco tiempo después comenzaría a divisar en el horizonte los primeros indicios de una nueva guerra mundial que habría de estallar a fines de los años ’30.

Del mismo modo, Conan, a pesar de ser representado como un bárbaro que a lo largo de su vida será ladrón, mercenario y pirata, entre otras muchas facetas, se mueve por un camino demarcado por su código de honor. Hay líneas que él no está dispuesto a cruzar y que dan cuenta de su carácter y convicción, lo que más de alguna vez lo pondrá en situaciones difíciles.

Eso, sin mencionar sus más profundas emociones, muchas veces ocultas bajo esa apariencia de guerrero imbatible, pero que a lo largo de su vida han aflorado en más de alguna ocasión, como queda de manifiesto en su relación con Bêlit, la pirata de la Costa Negra, probablemente su único y gran amor.

El legado de Robert E. Howard vive en el corazón de su personaje más conocido y el universo que habita. El mismo que, de una u otra manera, ha sido una referencia constante para otros protagonistas y sus mundos, tanto de la literatura como del cine y la televisión.

Basta mencionar, por ejemplo, las novelas de Elric de Melniboné, de Michael Moorcock; Geralt de Rivia, de Andrzej Sapkowski; o Fafhrd y el Ratonero Gris, de Fritz Leiber.

En esa línea, las aventuras de Conan también han sido fuente de inspiración de cintas ya clásicas como “Willow” o “Krull”. Sin mencionar las aventuras de “Xena, princesa guerrera” en televisión o la serie animada de los años ’80 “Thundarr, el bárbaro”.

Con la publicación de este primer volumen de los relatos originales de Conan, Áurea Ediciones revive un clásico fundacional del subgénero y permite que nuevas generaciones descubran al campeón más famoso que haya creado Robert E. Howard.

Una obra que merece ser leída con calma, para valorar no solo la trama, sino todos los detalles que envuelven estos relatos que han sabido cruzar con éxito las barreras del tiempo y el idioma.

En el mundo de Conan, su principal deidad es Crom, un dios distante y veleidoso que odia a los débiles. Y en general, más que rezarle o invocarlo para súplicas, Conan pronuncia su nombre en medio de duelos y batallas, casi como una expresión destinada a darse valor.

A pesar de ello, tal vez Crom sí fue misericordioso con el cimmerio y, sobre todo, con Howard. Ya que, a pesar de los años, nunca ha permitido que nosotros, los mortales, los hayamos olvidado.


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categoría: arte ñoño
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