Mientras Asimov fija sus esperanzas en la tecnología y la ciencia, Herbert representa la otra cara del espejo, donde ciencia y tecnología representan la decadencia.
Duna vs Fundación
Un triste 11 de febrero de 1986 murió Frank Herbert a los 65 años. Siendo un conocido escritor de ciencia ficción, Herbert entró al salón de la fama del género gracias a su saga de novelas distópicas Duna -y a la película de David Lynch del 84′ en donde actúa Sting-.
Y hoy, casi tres décadas después de su muerte, vale la pena hacer un repaso de lo genial que son los temas tocados en Dune y el cómo ésta se puede leer como una parodia amarga de Fundación de Isaac Asimov, sin dejar de amar la última.
Pero antes de hablar sobre la obra del bueno de Frank y sus temas, una corta introducción. Uno de los primeros libros de ciencia ficción que leí con compulsión, fue El Hombre Bicentenario (1976), la colección de cuentos escrita por Asimov, quien además de tener unas sorprendentes y grandiosas patillas, se encuentra dentro de los autores más prolíficos de la ciencia ficción, y es el creador de sueños ñoños alrededor de todo el mundo gracias a sus robots. Luego de pasar por la etapa de aprenderme las leyes de la robótica de memoria e imaginarme conociendo a Multivac, continué expectante con la grandiosa saga de Fundación (escrita entre 1951 y 1988 aproximadamente).
Fundación además de tener memorables personajes como Hari Seldon, o la hábil ciencia nueva conocida como psicohistoria, que permite predecir el comportamiento social, narra un argumento tan novedoso como viejo; parcialmente inspirado en la historia de la división del Imperio Romano, Fundación nos muestra las posibilidades de salvar a la humanidad como cultura a través del determinismo en acciones pensadas a futuro, luego de que esta caiga en milenios de barbarismo.
Fundación es en gran parte, y al igual que la mayoría de la obra sci-fi de Asimov, una visión esperanzadora de la tecnología y el orden, en donde el conocimiento y el control se convierten en salvadores, siendo la psicohistoria la herramienta que permite asegurar el futuro por medio de los datos que da a Hari Seldon. Toda esta pequeña introducción no es mera divagación si no que tiene un punto, la creación de un libro que trabaja con un argumento parecido pero en una dirección completamente opuesta al que se ha dado hasta el momento: la salvación de la raza humana, a través del escape del determinismo, y el intento por recuperar la libre voluntad, diciéndole un suave “que te den” a las visiones del futuro -ejemplificado con una dictadura más que milenaria-.
Dune, publicado en 1965 y ganador de los famosos premios Nébula y Hugo, es el primer libro de los seis que escribió Frank Herbert acerca de la lucha de poder por la materia prima que rige al universo, la especia, producto que es encontrado solamente en el planeta Arrakis, cuna de los acontecimientos que suceden en los libros. A Dune le siguieron cinco secuelas: Mesías de Dune (1969), Hijos de Dune (1976), Dios Emperador de Dune (1981), Herejes de Dune (1985) y Casa Capitular de Dune (1985). Fuera de esos, existen las continuaciones y precuelas escritas por Brian Herbert y Kevin J. Anderson, pero estas no las mencionaré porque temo que me sangren los dedos de solo escribir los títulos de semejantes porquerías, además de que me rehúso a creer que el bueno de Frank tiene algo que ver con ellos.
Herbert hizo con Duna, lo que William Golding hizo con El Señor de las Moscas (1954) a La Isla del Coral (1857) de Robert Ballantyne: básicamente tomar partes del argumento y encargarse de volverlos una pesadilla, en donde para variar, los humanos tienden a caer en sus instintos más bajos. Si lees Fundación, terminas mirando hacia el futuro con una sonrisa en tu rostro, confiado en que el orden siempre se volverá a restablecer. Pero si lees Dune, te quedarás reflexionando en el viejo refrán que dice que el infierno está pavimentado de buenas intenciones -y cuando te des cuenta de con qué está hecha la especia, no querrás ni dormir-.
Duna vs Fundación / Herbet vs Asimov
En Dune se unen política, religión y ecología para dar paso a uno de los temas más conocidos en la historia: el poder que tienen los ídolos sobre las personas y la conquista de pueblos menos favorecidos gracias a las manipulaciones político-religiosas. Herbert toca con trágica reverencia la deconstrucción del viaje del héroe que señala Joseph Campbell; Paul Atriedes, el protagonista de la primera parte de la saga, encarna al héroe de Dune, pasa de ser un adolescente con una vida ordinaria a iniciar una aventura con su llegada al planeta Arrakis, conocer a los nativos Fremen y adoptar el nombre de Muad’Dib. Sin embargo la historia del pobre Paul no termina en el doceavo estadio del viaje que propone Campbell, si no que va más allá del final ‘felices por siempre’ con el que acaba Dune. Si en el primer libro Paul se alza como un superhéroe tipo Neo, que ha reclamado su lugar en el universo pateando traseros por doquier y quedándose tanto con la bella e inteligente princesa Irulan como con su verdadero amor fremen, Chani; en Mesías de Dune procederá a caer de su propio altar de forma horrible -y si Paul no te simpatiza, entonces sentirás una sensación de schadenfreude maravillosa-, para luego terminar encontrándose en Hijos de Dune con la cara del destino del que trató de arrancar, representada en su hijo Leto II -un perturbante niño que junto a su hermana gemela, hace una fantástica imitación de los niñitos de The Village of the Damned-.
Herbert muestra a través de Paul ‘mala suerte’ Atreides qué es lo que sucede cuando los ídolos se convierten en humanos con poderes que nunca pidieron, pero que a su lamentable pesar, tienen a su alcance. Ya dijera en un número de Omni Magazine acerca de la génesis de Dune: “Tenía esta teoría de que los superhéroes son desastrosos para los humanos, de que aunque crearas a un héroe infalible, las cosas que este héroe pondría en marcha, podrían caer en manos de mortales errantes. ¿Qué mejor forma de destruir una civilización, sociedad o raza, que poner en manos de un superhéroe las salvajes convulsiones que siguen a su juicio crítico y a su poder de decisión?” y Paul es el perfecto conejillo de Indias para ver en efecto la teoría de Herbert -Mesías de Dune también podría titularse como Crónica de un Héroe Jodido por el Destino o Cómo Tomar Malas Elecciones-.
Volviendo a la introducción de arriba, Dune toma un argumento parecido en su base al de Fundación, pero fijándolo desde el otro lado de la cerca. Frank Herbert era fan de tener el poder de elección y de no encerrarse con una sola respuesta, además de creer en la imposibilidad de controlarlo todo; en palabras del propio Muad’Dib -en los pocos momentos en donde no estaba tomando una pésima decisión-: “En las profundidades de nuestro inconsciente hay una obsesiva necesidad de un universo lógico y coherente. Pero el universo real se halla siempre un paso más allá de la lógica”.
En Dune también nos topamos con las Bene Gesserit, una organización de mujeres con un condicionamiento físico y mental sorprendente, y quienes están detrás de la mayoría de los acontecimientos claves de la saga -son verdaderas titiriteras-. Además de tener un motto muy badass -“No conocerás al miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo.”-, las Bene Gesserit son tremendamente poderosas, un culto que trabaja con prácticas eugenésicas y que tiene habilidades que van desde lo más cercano que existe a ser un jedi ninja tipo james Bond o cualquier cosa más ruda que tú. Son ellas las que tienen visiones del futuro y trabajan en busca de lograr producir al mesías, al Kwisatz Haderach. Y como se puede sospechar de está descripción, las Bene Gesserit son excelentes manipuladoras que solo buscan consagrarse a su propósito de alcanzar el futuro que más les conviene.
Si la psicohistoria es la salvación en Fundación, el poder de las visiones del futuro es lo que termina llevando a la perdición al pobre Paul Atreides en Dune, como se da cuenta durante el Mesías de Dune, cuando piensa: “Cualquier ilusión de Libre Albedrío que alimentara, prisionero en su jaula personal, no era más que eso, una ilusión. Su maldición residía en el hecho de que él podía ver la jaula”. Es al final su hijo, en Dios Emperador de Dune, quien logra liberar a la humanidad del encadenamiento hacia el determinismo del futuro. Y cuando digo liberarla, me refiero a esclavizarla en una forzada utopía de la que no pueden salir. Agregando que para lograr esto, Leto II debe sacrificarse uniéndose a los gusanos gigantes que viven en Arrakis y convirtiéndose en un Jabba the Hut -teniendo esto en cuenta en retrospectiva, es obvio el porqué Paul quería escapar de su destino-. ‘El sendero de Oro’ que quiere llevar a cabo Leto para poder salvar a la humanidad de su extinción, se puede leer como una amarga parodia de La Segunda Fundación que propone Seldon en los libros de Asimov, salvo que con El sendero de Oro, Herbert convierte a Leto en el peor tirano a existir para lograr su cometido, ser el mayor depredador de la propia humanidad. En pocas palabras, un tipo que cree que el fin justifica los medios.
Dune es la respuesta al por qué para Herbert el control del futuro y el orden burocrático solo trae más problemas, ligados a la psicología y política de los hombres, que soluciones. El bueno de Frank creía en el caos y en la singularidad humana. Como escribió en el Manual de la Cofradía Espacial: “Cualquier sendero que restrinja las posibilidades futuras puede convertirse en una trampa letal. Los seres humanos no buscan su camino en un laberinto; escrutan un vasto horizonte lleno de oportunidades únicas”.
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